Es casi seguro que los hábitos alimenticios en la actualidad han variado mucho desde la antigua Grecia, pero si Pitágoras levantara la cabeza no daría crédito a las costumbres que los estudiantes de hoy ponen en práctica cuando deben sentarse a comer en época de exámenes. Así, los pitagoristas, corriente pensadora seguidora del matemático griego, promovían una alimentación centrada en el vegetarianismo. Es más, muchos subsistían a base de pan y agua solamente, o incluso practicaban la abstinencia, y no sólo de comer. Hoy, se podría decir que los estudiantes no toman una alimentación demasiado abundante, pero seguro que las razones de los pitagoristas eran algo más que espirituales.
Sin querer entrar en generalizaciones, comer poco y mal es una costumbre del universitario de hoy. Según los datos que se extraen del estudio enKid sobre los Hábitos alimentarios entre la población infantil y juvenil española de entre 2 y 24 años, los jóvenes españoles consumen una cantidad superior a la recomendada de grasas, proteínas y azúcares refinados. La ingesta de fibra contenida en verduras es pobre, y la de frutas y hortalizas, insuficiente. Además se añade que más del 60% de los niños y adolescentes españoles no practica ejercicio, o lo practica menos de dos veces por semana, repercutiendo directamente en su estado de forma.
Se sabe de sobra que una buena alimentación incide de manera positiva en el rendimiento, la memoria y la concentración cuando hay que ponerse a estudiar. No debería extrañar que numerosos pensadores optara por una alimentación vegetariana, pues dentro de las recomendaciones de la mayoría de nutricionistas el papel de las verduras, frutas y hortalizas es claramente protagonista. El propio Pitágoras, Diógenes, Sócrates, Platón, Kant, Einstein, Tolstoi o Ghandi defendieron su práctica.
Según la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas (AEDN), “una dieta saludable es la mejor herramienta para lograr un adecuado rendimiento intelectual. Se deben consumir cantidades abundantes de cereales y derivados; como la pasta, el arroz, el pan, mejor si son integrales. También, las legumbres, frutas, verduras y hortalizas; frutos secos y aceite de oliva. Es preferible consumir cantidades menores de pescado, aves, huevos y lácteos, y aún más pequeñas de carnes”.
La naturaleza, en su infinita sabiduría, ha aportado alimentos que por sus propias características nutricionales constituyen una ayuda extra cuando hay que hincar codos. Sin dejar de hacer un merecido reconocimiento a los rabitos de pasas, por su trayectoria a lo largo de los años, también las frutas, los lácteos y cereales tienen su espacio. Por ejemplo, para el desayuno. El efecto de esta comida en el rendimiento escolar es uno de los aspectos más estudiados. Según AEDN, dejar de hacer esta comida supone que el cuerpo pasa muchas horas de ayuno, lo que puede reducir la concentración de glucosa en la sangre. Este se traduce un menor rendimiento intelectual a distintos niveles; desde una disminución de la rapidez y exactitud de la memoria auditiva y visual a corto plazo, así como de la memoria inmediata, retardada y de reconocimiento y espacial. Puede verse reducida la fluidez verbal y el rendimiento en las pruebas de aritmética. No se trata de “sobrealimentarnos”, aseguran, sino de saber que el desayuno es importante y debe ser saludable. Además de llevar una regularidad en las comidas, también se recomienda seguir una dieta rica en frutas, hortalizas, pescados y legumbres en el resto de comidas.
Paco Carreño, doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y experto en Nutrición Terapéutica Ortomolecular, también se decanta por las frutas verduras y hortalizas, y recomienda que se ingieran crudas. Además, echa abajo ciertos mitos y tópicos alimenticios y aclara que, sin caer en la abstinencia de los griegos, es preferible no comer demasiado.
BAD FOOD
Ya sabemos cuáles son los alimentos buenos, pero y los malos, ¿qué pasa con ellos? En la jerga profesional se les llama superfluos, aquellos que no son necesarios desde el punto de vista nutricional. “Son alimentos que aportan mucha energía, como el azúcar, las grasas saturadas o la sal. En cambio, apenas contienen nutrientes esenciales para el funcionamiento correcto del organismo (fibra, vitaminas, minerales, grasas insaturadas, antioxidantes, etc.)”, coinciden los especialistas consultados.
Estos alimentos son los que se sitúan en la punta de la pirámide de la alimentación saludable: refrescos, bollería, pastelería, embutidos y carnes grasas, golosinas, caramelos, patatas chip y snacks similares, comida rápida, mantequilla, helados, azúcar, etc. Incidir en los peligros de la ingesta de este tipo de alimentos no debe caer en un saco roto. Por ejemplo, el azúcar refinado es un claro ejemplo. Estudios europeos aseguran que cada niño consume unos 50 kilos de azúcar al año. Este carbohidrato vacío roba nutrientes, especialmente la vitamina B, indispensable para el buen funcionamiento del sistema nervioso; al escasear ésta, aparecen problemas físicos y mentales.
Algo tan usual en la alimentación infantil como las golosinas, además de tener azúcar, contienen pequeñas trazas de aluminio produciendo trastornos en la conducta, como hiperactividad y pérdida de memoria, y a la larga, Alzheimer y Parkinson.
Además de las chucherías, Carreño también desecha todos aquellos productos enlatados y envasados, también la comida rápida -“el famoso vamos a pillar un chino, un McDonalds a la salida de la biblioteca para no perder tiempo”- o incluso a la comida servida en un bar de tapas. Menús muy recurrentes por combinar una cantidad bastante aceptable de comida por un precio más económico que los estudiantes se pueden permitir. Este experto no se olvida de mencionar el aditivo glutamato monosódico (aditivo potenciador del sabor presente en sobras de sobre alimentos en conserva, aliños preparados para ensalada) y el edulcorante aspartamo, sacarina de toda la vida con efectos cancerígenos según algunos estudios como el de la Fundación Ramazzini de Oncología.
La advertencia que realiza sobre la peligrosidad de estos dos elementos es, principalmente, por una razón: este tipo de aditivos y edulcorantes son neurotóxicos, afectan directamente al cerebro. Es por ello que recomienda, al menos, intentar contrarrestar dichos efectos con una rica y completa alimentación. ¿Lo más sorprendente de todo? “Es que aún así, sin una alimentación óptima y un buen descanso, el estudiante consigue estudiar”, afirma Carreño. Carreño lamenta que esta situación resulte fruto del desencuentro que existe entre los intereses de las entidades públicas y la industria de la agroalimentaria con el verdadero interés que tiene las entidades públicas responsables del aspecto relacionado con la población y la salud.
FUENTE: Reportaje Aprendemás